DÍAS OSCUROS Y HORIZONTES CLAROS

 

Texto por Eusebio Aguirre

Literatura DÍAS OSCUROS Y HORIZONTES CLAROS Por Eusebio Aguirre FLESH Magazine

Fotografía  Magic Kingdom, Tomorrowland

Desde los grandes nombres de lo que hoy conocemos como Ciencia Ficción, el ser humano se ha preguntado hasta dónde puede llegar la ciencia y hasta cuándo podríamos, como sociedades enteras, dejarnos manipular por la tecnología en manos de pocos y no la mayoría. El género -cuyo nacimiento puede ser trazado desde Las mil y una noches o quizá aún más atrás, con las leyendas orientales de pequeñas maquinarias, objetos tecnológicos que son usados como armas o que cobran vida propia- se desarrolló con mayor fuerza en el siglo XIX, reflejando no solo el desarrollo tecnológico de ese siglo victoriano sino también la cada vez más fuerte estabilidad social, económica y política que se establecía en el mundo. No hay que olvidar que por más ilusoria y descabellada que pueda parecer una historia de ciencia ficción, no es más que un reflejo de la realidad social de la mano que escribe. Un poco de imaginación, claro, pero verdad, reflexión moral, política, económica y sobre todo ética son los demás ingredientes de toda buena historia de ciencia ficción.

La genial y olvidada novela Canticle for Leibowitz (1960), de Walter M. Miller Jr., es una reflexión seria sobre la existencia humana en la era atómica y las responsabilidades políticas, económicas y éticas que surgen en un mundo donde la posibilidad de destrucción total está en un simple botón rojo. Miller crea un panorama futurista aniquilado por los estragos de la destrucción nuclear para reflexionar: ¿Es culpa de la tecnología o de las mentes y manos que la hicieron, o de todos nosotros que permitimos la existencia de un mundo donde ésta -u otras- sean armas cuyo uso no se cuestione?

Del otro polo del continente, Adolfo Bioy Casares, mejor amigo de Jorge Luis Borges (quien podría decirse que inventó el internet en varios de sus cuentos), escribe La invención de Morel (1940). Aquí, el argentino empuja al lector a reflexionar en la posibilidad tecnológica de “engañar” a la mente humana a través de imágenes, sonidos y percepciones falsas que no corresponden a la realidad. Por ejemplo, una película o una fotografía. En la novela, El Fugitivo es el personaje que nos da la clave, pero nos deja con la inquietud: ¿Y si la tecnología me esconde de la realidad verdadera y no hay más que ilusiones siempre?

En este mismo sentido, el cine ha recurrido a la ciencia ficción para invitar a pensar en la relación entre tecnología y control. Chappie (Neill Blomkamp, 2015) es un historia fundamentalmente humana que reinventa el clásico cliché del robot que cobra conciencia , accediendo a la privilegiada posición que el ser humano se ha auto otorgado en la cima de la cadena alimenticia. Pero el director, hiperconsciente de los problemas de clase y raza que subyacen en estas historias -como en Do androids dream of electric sheep (Phillip K. Dick) que se convirtió en Blade Runner (Ridley Scott, 1982)- utiliza la figura de Chappie para criticar seriamente a las sociedades racistas y excluyentes, donde ser pobre es ser automáticamente criminal. Es Die Antwoord, además de otros grupos contemporáneos de rap sudafricano, quienes surgen como verdaderos héroes en este filme ligero, pero seriamente comprometido.

Her (Spike Jonze, 2013), en cambio, parece jugar con la idea sin lograr ninguno de los cometidos. Ante la incertidumbre de la posibilidad de una verdadera relación interespecie, el filme opta por hacer que en un mismo protagonista (blanco, heterosexual, inseguro y un poco misógino) se enfrente a todos los retos que la inteligencia artificial le puede dar: desde ser su esclava hasta volverse capaz de existir sin materia (es decir, ser alma pura). Sin embargo, aunque celebro la posibilidad de que la inteligencia artificial se vea como algo autónomo al ser humano, Her deja un mal sabor de boca al ser tan abiertamente misógina en su elección de focalizar la historia a través de una relación amorosa.

Finalmente, unas recomendaciones más: mencioné Argentina hace unos momentos, pero Colombia no se queda atrás con la novela Angosta (2004), del periodista Héctor Abad Faciolince. En un futuro incierto, Angosta es una típica ciudad latinoamericana con una diferencia inequívoca: las diferencias de clase son más palpables, se materializan en muros, bardas, guardias y puntos de cruce. Estos niveles impiden que los ciudadanos suban de la Boca del Infierno a Tierra Fría. La trama gira alrededor de una serie de crímenes que exponen el control total de unos pocos -Los Siete Sabios- sobre esa sociedad, logrado a través de la implementación certera de la tecnología.

Y en México aparece Bernardo Fernández “Bef”, quien en los últimos años ha estado haciendo más ruido. Su novela Gel Azul (2007) es maravillosamente oscura y suficientemente creepy como para dejarte con un leve temor de apagar la luz. Anticipando a Speak no Evil: Melancholy of a Space Mexican, genial comic de 2008. Bef escribe una historia en un México del futuro donde todos podemos estar conectados a la realidad virtual 24/7, sumergidos en un gel azul proteínico. La trama gira cuando empiezan a aparecer asesinatos en los tanques del conglomerado más grande de gel. Bef así invita a reflexionar sobre el engaño de la realidad virtual, pues la comprensión de la misma es una de evasión, escape de la realidad y no tanto una experiencia más plena. Casualmente, la única tecnología que utiliza realidad virtual para engrandecer la experiencia vital es la armamentista.

Cierro con un filme actual que a pesar de ser de hace 13 años sigue siendo más vigente que nunca: Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002) recupera la clásica historia de Farenheit 451 (Ray Bradbury) para contar la historia de un grupo de clérigos/samurai cuya función es borrar todo objeto que cause emociones en el ser humano, incluyendo libros y obras de arte. En una época en que las emociones profundas, ya sea que surjan de un amor o de una pintura, son valoradas cada vez menos, cediendo su lugar a emociones rápidas y momentáneas, aunque no por eso menos fuertes. Esta reflexión de valorar nuestra capacidad emotiva nos invita a cuestionar los sistemas sociales y políticos actuales, que también dependen de una satisfacción inmediata en vez de una solución duradera a nuestros problemas.

 

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