MELANCOLÍA

Literatura Melancolia Iván Eusebio

texto / Iván Eusebio

 Según Hipócrates, gran influencia en la medicina occidental, la melancolía acosa al cuerpo cuando la bilis (khole) negra (melas) surge en demasía, inundando al organismo y desplazan- do los otros tres humores que dan al ser humano su personalidad. Aunque hoy en día ya no creemos en los humores como fuente fidedigna ni de ciencia médica ni de psicología, la me- lancolía sigue siendo, palabras más palabras menos, uno de los estados anímicos más carac- terísticos del cuerpo humano, uno de esos momentos donde lo que se siente emocionalmente (tristeza, depresión, ansiedad, preocupación, miedo, etc.) es parte del cuerpo mismo (falta de hambre, cansancio, falta de energía). Sin embargo, aunque este dibujo, como el de Albrecht Dürer, parezca una imagen desoladora, la melancolía, como todos los estados anímicos que el cuerpo experimenta, no es un estado negativo. Es más bien un momento, un sentimiento, un ser-y-estar que permite al ser humano, hombre y mujer, explorar sus emociones de manera creativa, potencialmente terapéutica, pero sobre todo artísticamente.

Desde 1621, año en que Robert Burton publica La anatomía de la melancolía (The Anatomy of Melancholy), compendio magnífico que traza la historia y representación del estado anímico hasta hoy, se han publicado un sinfín de libros que, de alguna manera u otra, nos acercan los unos con los otros. Stoner (1965) de John Williams, narra la historia de un chico de pueblo en Missouri, que por azares del destino estudia literatura en una universidad a inicios del siglo XX y evade la I Guerra Mundial gracias a ser profesor de literatura. En la novela, Williams presenta una vida aparentemente insípida, sencilla y sin complicaciones, al mismo tiempo que utiliza un tono para mostrarle a lector cómo la tristeza melancólica puede ser un estado que se habita sin uno darse cuenta, hasta que llega el momento en que ese proverbial rayo de sol reluce, siempre externo al cuerpo mismo. En la misma vena, Mario Benedetti publicó en 1959 su novela La Tregua, historia del viudo Martín Santomé, un empleado que pronto se jubilará y que encuentra la felicidad repentinamente en Laura, su co-trabajadora. A pesar de esto, Santomé descubre más y más la permeabilidad y permanencia de ciertas emociones, ciertas sensaciones y sentimientos que le orillan a reflexionar sobre la melancolía no como una emo- ción pasajera, sino una vida entera, un destino quizá, pero no por ello trágico.

En la lejana tierra de la India (y la más cercana Inglaterra con sus relaciones coloniales), Arundhati Roy escribe El dios de las pequeñas cosas (The God of Small Things, 1997), novela que narra la infancia de dos hermanos, niña y niño, en la ciudad de Kerala. Conforme crecen, los pequeños descubren lo duro que puede ser la vida, y una atmósfera triste permea la no- vela: los padres que resisten a los abuelos tradicionales pero no pueden escaparse, los niños que ven la discriminación racial, étnica y religiosa pero no pueden resistirla, y sobre todo, un ansia de buscar a ese dios de las cosas pequeñas para darle gracias o pedirle, porque las cosas grandes seguro no se pueden tocar. Esto me recuerda la insuperable La insoportable levedad de ser (Nesnesitelná lehkost bytí, 1984) de Milán Kundera, donde el cirujano Tomás y su esposa fotógrafa Teresa viven el verano del 68 en Praga, conociendo a Sabina, una artista plástica en búsqueda de la libertad a toda cosa y Franz, profesor y amante de Sabina. En el texto, Kundera logra adentrarse hasta lo más profundo de la mente humana desde las emociones, desde las sensaciones física en el cuerpo. Los recuerdos de un país aún no destrozado por los tanques de guerra infunden en la novela un tono tristísimo, a la vez que profundamente empático, situándonos como lectores en esa misma posición melancólica que los personajes.

Asociada con la tierra de entre los cuatro elementos, así como con el otoño y el bazo como órgano de las emociones oscuras, la melancolía se relaciona con las fuerzas oscuras de Sa- turno, dios melancólico por excelencia, alimentándose de sus propios hijos y así negando su reproducción. Para la ciencia moderna, la melancolía se asocia con la depresión, desorden psicológico que los médicos medicalizan (oh, ingenuos), buscan tratar y curar con todo su progreso tecnológico (como nota aparte, es interesante comparar cuáles culturas a lo ancho del mundo y a lo largo del tiempo son afligidas por este “desorden” y pensar porqué será así). La literatura, avenida de la exploración sentimental y emocional desde las primeras escrituras que hablan de las relaciones entre el hombre y los dioses, siempre ha servido para plasmar en palabras lo que la melancolía es, cómo se siente, cómo se enfrenta y qué nos permite aprender de nosotros mismos, y sobre todo, de los otros.

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